lunes, 17 de octubre de 2011

Los misioneros históricos y el placer de servir





Por Rodolfo Acevedo
16 octubre 2011










“Y después que nuestra posteridad haya sido dispersada, el Señor Dios procederá a efectuar una obra maravillosa entre los gentiles, que será de gran valor para nuestra posteridad; por tanto, se compara a que serán nutridos por los gentiles y llevados en sus brazos y sobre sus hombros”, 1 Nefi 22:8.


                                                  Miembros de la rama de San Bernardo, 1964. Foto Jim Palmer

Niños de la Primaria en Quillota. Foto Don Lohr

Élder Peterson y Élder Layman inician
la obra en Coquimbo, 1969.


¿Qué mejor manera de expresar el servicio, el amor por el prójimo que sirviendo en una misión? Así lo han comprendido nuestros jóvenes desde los primeros días de la restauración del evangelio en la  tierra y así lo siguen comprendiendo en nuestros días.


Así vi en mis primeros días de conversión a los misioneros, animándonos, ayudándonos a dar nuestros primeros pasos como personas recién nacidas a la nueva fe, llevando a nuestros hijos de la mano y a nuestros hermanos menores en sus hombros, como el fiel cumplimiento de una antigua profecía.
Bautismo en el mar. Foto Élder Steve Cherry

Ellos fueron los misioneros que conocí, los misioneros que conocieron nuestros padres, los misioneros que más tarde veríamos proyectados en nuestros propios hijos sirviendo en tierras lejanas, dejando recuerdos imborrables de servicio entre sus propios conversos como los que yo ahora intento traer a mi mente.

Élder David Fife, Élder Carlos Bony, Élder Steve Warren

Pero con la celebración de los 50 años de la Misión Chilena pude volver a ver a los misioneros y su espíritu de servicio de los días de mi juventud, ayudando a ordenar la capilla como cuando iban en aquellos primeros días a encerarla y “a pasar el chancho”, a dejar la capilla lista para recibir a sus investigadores al día siguiente.

Con los pies en la calle…y casi sin zapatos

Creo que las fotografías hablan por sí solas de ese espíritu de servicio que nuestros misioneros históricos que nos visitan con motivo de los 50 años de la Misión Chilena, nos han vuelto a mostrar, con sencillez, con amor y especialmente con el deseo de servir, tal como lo expresara en un hermoso poema nuestra poetisa y Premio Nobel Gabriela Mistral.

El placer de servir
Gabriela Mistral

Toda la Naturaleza es un anhelo de servir. Sirve la nube, sirve el aire, sirve el surco.
Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú; donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú; donde haya un esfuerzo que todos esquiven, acéptalo tú.
Sé el que apartó la molesta piedra del camino; sé el que apartó el odio de entre los corazones y las dificultades del problema.
Existe la alegría de ser sano y la de ser justo; pero hay, sobre todo, la hermosa, la inmensa alegría de servir.
¡Qué triste sería el mundo si todo en él estuviera hecho, si no hubiera un rosal que plantar, una empresa que acometer!
Que no te llamen solamente los trabajos fáciles, ¡Es tan bello hacer lo que otros esquivan!
Pero no caigas en el error de que sólo se hace mérito con los grandes trabajos; hay pequeños servicios que son buenos servicios: adornar una mesa, ordenar unos libros, peinar una niña.
Aquel es el que critica, éste el que destruye, sé tú el que sirve.
El servir no es faena de seres inferiores. Dios, que da el fruto y la luz, sirve. Pudiera llamársele así, el que sirve. Tiene sus ojos fijos en nuestras manos y nos pregunta cada día: ¿Serviste hoy?, ¿a quién?, ¿al árbol?, ¿a tu amigo?, ¿a tu madre?



Miembros y misioneros limpiando la capilla de la rama de
Providencia, 1959.


Élder Waldron, Élder Layman y Élder Bony, Élder Alonzo.
Como en los viejos tiempos ordenando una capilla, 2011.


Élder David W. Memmott y Élder Steve Warren.

Mientras observaba a los misioneros históricos participar de las actividades de los 50 años de la Misión Chilena, una escritura inspirada vino a mi mente, una escritura que ha acompañado a los misioneros a través de las generaciones y que nuestros jóvenes hoy día memorizan y llevan como un juramento en sus corazones cuando salen a servir:

He aquí, una obra maravillosa está a punto de aparecer entre los hijos de los hombres.
Por tanto, oh vosotros que os embarcáis en el servicio de Dios, mirad que le sirváis con todo vuestro corazón, alma, mente y fuerza, para que aparezcáis sin culpa ante Dios en el último día. De modo que, si tenéis deseos de servir a Dios, sois llamados a la obra; pues he aquí, el campo blanco está ya para la siega; y he aquí, quien mete su hoz con su fuerza atesora para sí, de modo que no perece, sino que trae salvación a su alma; y fe, esperanza, caridad y amor, con la mira puesta únicamente en la gloria de Dios, lo califican para la obra. Tened presente la fe, la virtud, el conocimiento, la templanza, la paciencia, la bondad fraternal, piedad, caridad, humildad, diligencia. Pedid, y recibiréis; llamad, y se os abrirá. Amén. 
(DyC 4).

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